lunes, 12 de septiembre de 2011

Mi querida amiga ¡Cuánto me alegra haberte dejado ir! ¡Cuánto me alegra saber que se aleja día a día quien tanto aún amo! No conozco mucho de despedidas ni de adioses, ni siquiera me doy cuenta de haber vivido uno tan grato y trágico como el de la amistad. ¡Ah, la amistad, mi querida amiga! No me cansaré de recordarte, cruda, impersonal enfrente de tu monitor, excelsa. ¿No fue tan poco el tiempo que tú y yo pudimos volar? ¿Acaso no faltaron más complacencias de mi parte, para que tus naturales arranques me hicieran reír cada vez más por lo poco o mucho graciosos que fueran? ¿Mi falta de criterio te hostigó, te aburrió la poca sensibilidad del internet, la falta de contacto humano, qué fue pues, mi querida amiga lo que te obligó a marcharte? ¿Dónde quedaron tantos y tantos sueños, qué fue de…?

¿Qué es el hombre para tratar de surcar en las cuestiones de la vida? Mi única, mi ángel y gloria. Contigo era como estar a solas, lleno del aroma a primavera urbana, con la música más languidecerte que oído poeta pudiera escuchar, el regocijo de la soledad disperso en el aroma del asfalto, efímera, Dana.

¿Cómo reprocharme lo que tanta alegría trae hoy a mi vida? Te veo como siempre te hube imaginado, te escucho como cuando te he soñado; en un hálito de rosas dónde tu piel blanca es el perfecto contraste del rojo en los pétalos, y tus uñas son, mi querida amiga, tu dulzura y mi esperanza que la poesía no ha podido describir y que es la espina fría que ahora me marchita. Te extraño.

Tuyo, Le Secret.

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